Seguro que todos habeis oido alguna vez que "no hay mayor ciego que el que no quiere ver". Cierto. Pero y qué hay de los que no pueden ver?
Es curioso como a veces nos ciega la rutina, las obligaciones, la prisa, la exigencia, la competitividad... cómo nuestra vida diaria y muchas veces nuestro "entorno laboral" (por designarlo de alguna manera) corren un velo enfrente de nuestros ojos que oculta lo que de verdad importa; como el cansancio y la rutina pueden mermar nuestra percepción de lo que nos hace felices.
Vivo con un hombre maravilloso al que adoro, pero al que normalmente hablo fatal antes de ir a la oficina; el stress del tráfico, la prisa, el agobio de pensar si llegaré o no llegaré a tiempo, o simplemente no sentirme bien con mi ropa... ¿No es justo verdad? A cambio él me dice lo guapa que estoy recién levantada, por mi parte casi ni le escucho con una ceja arqueada que dice "...Date prisa!!!". Lo que quiero decir con esto es que cada día perdemos MOMENTOS de amor, de alegría, de dulzura... ¿Cuántos? Demasiados...
En el pulso de la exigencia no sólo nos exigimos ser impecables a nosotros mismos; también, aunque sea de forma inconsciente, lo hacemos con todo y todos los que nos rodean.
No se me ocurre una forma mejor de generar sufrimiento. Cuando la mente juzga lo que es perfecto y lo que no constantemente, paralelamente hacemos que nuestro corazón quede afónico, hasta que llega el punto en el que lo dejamos sin voz, relegado a un segundo plano...por eso después cuesta tanto conectarlo.
Es por esto que se hace importante no sólo bajar el nivel de exigencia, sino entrenar también la comprensión de que todo es perfecto. Cuanto más intentamos controlar algo seguramente más difícil se haga controlarlo.
Como en el Arcano de La Fuerza en el Tarot, una mujer sujeta las fauces de un león. No por una cualidad física de heroína, sino a través del Amor y la Aceptación.
Rendirse es sano. Rendirnos no en forma de sumisión, simplemente aceptando que no tenemos el control de todo...
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