Hace poco una persona muy querida y a la que admiro mucho me dijo "Nada puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos."
Durante el camino que es la vida, todos vivimos situaciones que nos han provocado dolor, por lo que inevitablemente dejan su huella en nosotros.
Estas huellas suelen tener una parte positiva, constructiva, que ayuda a crecer y evolucionar y otra parte intervenida por la mente que no es tan positiva ya que condiciona nuestra respuesta en determinados momentos, situándonos en el nivel de alerta muy pronto, pretendiendo crear (erróneamente) sensación de protección o el "más vale prevenir que curar".
Huellas, heridas o en el mejor de los casos cicatrices. (Y digo en el mejor de los casos, por que si es cicatriz significa que ya está cerrada).
Puede que ante una situación normal tu respuesta sea desmesurada. Los pensamientos condicionan nuestra forma de actuar, incluso de sentir. Muchas veces no nos dejamos ser libres para sentir, acurrucándonos en nuestra zona de confort. Otras veces castigamos a quien no tiene la culpa de nada con nuestras heridas anteriores.
Pasamos la vida pensando en situaciones pasadas cruzando los dedos para que no se repitan pero proyectandolas una y otra vez en nuestra cabeza. Sacamos nuestra agresividad para mostrar y mostrarnos que podemos con todo eso.
Aún siendo un engaño. ¿No es más fácil admitir que esta es nuestra zona más sensible? ¿Nuestro punto débil? ¿Hay algo de malo en eso?
Yo no puedo más con ese peso. No puedo más con una memoria implacable y soberana que activa a un guerrero cansado de luchar con fantasmas del pasado. Prefiero abrir las puertas y bajar el volumen de una película que ya he visto muchas veces.
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