¿Alguna vez habéis sentido que por más que os esforcéis no lográis hacer llegar un mensaje a alguien? ¿Que por más que intentéis comunicar un mensaje de la forma más bienintencionada acaba malinterpretándose generando un conflicto?
He de decir que últimamente me he encontrado varias situaciones de este tipo. Situaciones en las que uno intenta comunicar una petición de una forma serena, sin intención de reproche o juicio y encuentra que su interlocutor responde a) en posición de defensa, b) en posición de ataque.
De cualquiera de las dos formas el resultado suele ser que uno sale herido. Con la desorientación que trae haber intentado comunicar de forma constructiva y que la situación haya terminado siendo de todo, menos constructiva. (Sin embargo tampoco olvidemos que del caos surge el orden y sólo removiendo la tierra podemos plantar de nuevo semillas).
"La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha." Michel de Montaigne
Llegaba a la conclusión de que debía de estar comunicándome desde un lugar que no manejo. Un estadio desde el que no encuentro la forma de llegar a los demás, donde las palabras cobran un significado distinto, un sitio desde el que hago resonar cosas incómodas para quien tengo al lado y que me obceco en mover y remover hasta que yo misma pueda ser capaz de entender, athame* entre los dientes, intentando atravesar por donde haga falta terminando por hacer cobrar su sentido más literal a la expresión "como un elefante en una cacharrería", atropellando los procesos de los demás, violando con mi impaciencia sus tiempos y límites. (ajá!)

¿Por qué no buscamos dejamos fluir la forma de manifestarse, de comunicarse del mundo, de los demás, sin manipular, libres de la estructura que esperamos, abriendo nuestros sentidos, renovando nuestra percepción, conectando con el misterio de lo auténtico?
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