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"El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro". Concepción Arenal

¿Cómo nos relacionamos con el dolor? A veces cuando algo nos hiere huimos (consciente o inconscientemente) de ese sentimiento, resistiéndonos a transitar el sendero que nos devolvería a nuestro camino.

Cuando nuestro corazón se resiste a aceptar, crea un espacio que se llena inevitablemente con aquello que estamos intentando bordear; en cambio cuando somos capaces de acoger en nuestro corazón el dolor, no sólo se produce el milagro de la liberación, sino que también tiene lugar la alquimia del alma, el dolor se ilumina y se transforma en luz en nuestro corazón.

No por no mirar una herida significa que esta no esté ahí. En cambio lo que si podría pasar fruto de ignorarla, es que se infectase o que tardara mucho más en curar que si le procurásemos los cuidados y atención necesarios para su sanación. Siendo capaces de reconocer y ACOGER nuestros dolores también nos estamos garantizando que nuestras heridas puedan convertirse en cicatrices bien cerradas, estamos dando el primer paso en la curación. Nos estamos dando también un espacio de reconocimiento y conexión con lo que verdaderamente somos, con nuestro sentir más profundo.

Lo ilustra de forma muy rotunda el arquetipo de “La Torre” (La Maison Diev), un arcano muy potente que no dejará que tu vida permanezca estática. Por muy bien que hayas edificado la fortaleza, por muy sólidos que fueren los cimientos, ella tiene dos caminos: o se abre gozosa, o se fragmenta violenta, para recibir la Luz del rayo que la toca desde arriba. No hay dónde esconderse, no se puede escapar. Su luz lo ilumina todo, muestra todos los fantasmas y saca todo lo que era, te saca de todo lo que creías. Después inevitablemente nada vuelve a ser lo que era.
A la misma vez que llega su luz, la esferas cambian incluso la atmósfera, la tierra. Ella habla de romper las estructuras que erigimos alrededor del corazón, fragmenta lo no natural en nosotros buscando la conexión con nuestro corazón, con lo esencial.

A veces es necesario transitar el dolor, NO EL SUFRIMIENTO, (para mí precisamente el sufrimiento es la resistencia a contactar con el dolor), en el eterno dar vueltas para no elegir ese camino, sin querer lo convertimos en nuestro punto cardinal, nuestro kilómetro cero. El sendero del dolor también tiene un final. Y lo más importante: un mensaje para tu vida.

Cuando sientas dolor, escucha. Déjate abrazar y exprésate contigo mismo, con tus seres queridos. Desnúdate con sinceridad y reconoce qué está pasando, averigua cuál es el propósito de ese tránsito. Libera tus lágrimas. Apapachate, deja que te apapachen. Entrégate al proceso.

Si no mueres, ¿cómo podrías volver a la vida?



Os dejo también una imagen que a mí me hizo reflexionar, que no he olvidado desde que la ví hace unos años y que viene muy en consonancia con reconocer y amar también nuestras heridas. Cubramoslas con materiales preciosos, ellas son nuestra historia, el mapa de cómo hemos llegado hasta aquí, lo que hemos sido capaces de hacer por nuestros sueños, por nuestras convicciones...



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