
He aprendido a rendirme o mejor dicho a adaptar mi visión de las cosas.
Acepto que los obstáculos son también mi guía, una inspiración, una forma de descubrirme no sólo a mí misma sino también al mundo que me rodea. Terca y obstinada, capaz de golpearme mil veces con la misma pared si mi corazón susurra que puedo atravesar ese muro. Ahora además, he desarrollado conciencia para discernir si pese a todo, mis huesos se hacen papilla con cada embestida. Por eso, ahora también sopeso si los muros quieren caer o no ha llegado aún su hora. Intento equilibrar mi fuerza con mi sensibilidad, concentrándome en escuchar. Hay muros que antes de resquebrajar su piedra necesitan ser comprendidos, amados, integrados. Después se derrumban como caen las hojas secas en otoño, sin violencia ni estruendos, amorosamente en paz.
Quizá si te empeñas en derribar todos los obstáculos por la fuerza, una vez consigas que el peso caiga, estés tan exhausto y herido que será difícil disfrutar de tu hazaña. Quedarán muchas heridas que tendrás que ocuparte de curar.
A veces nos cerramos en banda ante los mensajes, arremetemos, negamos, engreídos creemos que podemos destruir aquello que precisamente está ahí para construir una versión mejor de nosotros mismos. Mira eso que crees que no te permite avanzar, eso que odias, que niegas, eso de lo que te alejas, míralo con honestidad y escucha. Sé compasivo con las circunstancias, acepta desde el amor, sin manipular, crea en tí la mejor predisposición, genera toda la apertura que puedas, libera.
No podemos bordear nuestro camino. Pero si podemos andarlo de la manera más amorosa.
Propicia en tí la metamorfosis, la magia, la alquimia. Fluye con los ciclos de la vida, extrae el néctar, lo mejor de cada cosa, cada experiencia, cada día. Un corazón sonriente lo puede TODO.
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